jueves, junio 27, 2013

insufrible

Primer viaje de avión de I. que va a recordar. Se acomodó en posición de india en el asiento, se quiso poner el cinturón, los auriculares. Cuando descubrió la mesa, la subía y la bajaba. Nada demasiado terrible, sin embargo, una chica joven, sentada delante de ella, me empezó a decir algo que al principio no entendía o no escuché. Yo movía la cabeza como asintiendo, ella parecía un poco alterada, pero realmente no podía captar por qué movía sus labios (pensé que decía algo simpático de la nena, siempre me hacen comentarios y pongo la misma cara-fondo- de-pantalla de Ah, sí, gracias, qué bueno, sí, qué simpático). De repente, noté expresiones muy nerviosas, movía rápido la boca, y los ojos se abrían y cerraban. Volvió a increparme, aunque todavía yo no estaba segura de qué pasaba. Y recién en ese momento intercepté una palabra: “... es insufrible...  este asiento no está ocupado, por qué no la cambiás bla bla bla...”.
Insufrible? Really? Bueno, esta chica hablaba español, pero no sé de dónde era, un acento extraño, y lo más loco, su texto era totalmente fuera de registro para alguien tan joven. ¿Problemas de espalda? ¿De cintura? ¿Se tiene que poner un inflable para estar sentada? Oh-my-god! Me dio pena. De ninguna manera iba a cambiar a I. de lugar. Se lo pregunté, pero sabía que no iba a querer. Le pedí que no moviera la mesa, que a la chica (señora mayor camuflada)  de adelante le molestaba. El caso es que esa chica-vieja se había cambiado de lugar, sí, se había movido de su asiento asignado, estaba sentada donde no tenía que estar. Había querido estar más cómoda porque el asiento de al lado estaba vacío. Me dio pena otra vez, mezclada con un poco de alegría por la justicia poética. Tanto malestar, tanta preocupación, tanto inflable para seguir incómoda.

Por supuesto, inmediatamente después de decirle que no jugara con la mesa, I. tuvo muchas más ganas de hacerlo y empezó a patalear. Traté de que no lo hiciera sobre el respaldo que tenía delante.

martes, mayo 14, 2013

salir del cocoon buenos aires

Vamos a ver si puedo escribir sin mirar ni un poco las teclas. 
Nada de luz. 
Todo está apagado en el avión, no por mucho más porque son las 6 de la mañana y las personas, de a poco, empiezan a dejar su cocoon de frazadas, van emergiendo con paso tembloroso y ojos pegados. Un nacimiento en el aire. 
Si pudiera, lloraría, diciendo que mis oídos no vinieron al mundo para esto: sonido de turbinas permanente. Abomba, perturba. Dan ganas de gritar y que se apague todo. Silencio, cuándo? Aire, cuándo? Lo que respiro es un simulacro que se va cargando de desgano, cansancio y mal aliento.
Mis nenas, por suerte, pudieron hacer una camita y dormir, se arremolinan a mi lado, al de Nacho. 
Hay quien no se desactivó su alarma despertador! Por dios! Ya no estás en la tierra, estamos en el cielo, no necesitás eso y tantas otras cosas. 
Volar te despega de vos. 
Me miro en el ínfimo espejo del baño, el pelo lisito sin la humedad de Buenos Aires, soy otra. 
Ahora temo a lo seco que me empieza a tomar, lo conozco y mi piel lo empieza a sufrir, rasgándose. Más movimiento, lento todavía, alrededor. Tráfico al baño. Luces que se prenden y se apagan, la tele arrancó de nuevo, molestísima, sin sonido, pero su parpadeo, impregnante, aún ahí arriba y chiquita.