Vamos a ver si puedo
escribir sin mirar ni un poco las teclas.
Nada de luz.
Todo está apagado en el
avión, no por mucho más porque son las 6 de la mañana y las personas, de a
poco, empiezan a dejar su cocoon de frazadas, van emergiendo con paso
tembloroso y ojos pegados. Un nacimiento en el aire.
Si pudiera, lloraría,
diciendo que mis oídos no vinieron al mundo para esto: sonido de turbinas
permanente. Abomba, perturba. Dan ganas de gritar y que se apague todo.
Silencio, cuándo? Aire, cuándo? Lo que respiro es un simulacro que se va
cargando de desgano, cansancio y mal aliento.
Mis nenas, por suerte, pudieron
hacer una camita y dormir, se arremolinan a mi lado, al de Nacho.
Hay quien no
se desactivó su alarma despertador! Por dios! Ya no estás en la tierra, estamos
en el cielo, no necesitás eso y tantas otras cosas.
Volar te despega de vos.
Me
miro en el ínfimo espejo del baño, el pelo lisito sin la humedad de Buenos
Aires, soy otra.
Ahora temo a lo seco que me empieza a tomar, lo conozco y mi
piel lo empieza a sufrir, rasgándose. Más movimiento, lento todavía, alrededor.
Tráfico al baño. Luces que se prenden y se apagan, la tele arrancó de nuevo,
molestísima, sin sonido, pero su parpadeo, impregnante, aún ahí arriba y
chiquita.
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